Rudolf Steiner - 1894
APENDICE 1894
A continuación se reproduce en lo esencial lo que figuraba, como una especie de prefacio, en la primera edición de este libro. Pero como más bien expresa mi forma de pensar al escribir el libro hace veinticinco años, sin que afecte directamente su contenido, lo incluyo aquí como “apéndice”. No quisiera omitirlo totalmente, porque siempre surge de nuevo la opinión de que tengo algo que ocultar de mis primeros escritos, debido a mis trabajos posteriores sobre la Ciencia Espiritual.
Nuestra época sólo puede encontrar la verdad en lo profundo del ser humano. De los dos conocidos caminos de Schiller, el segundo se reconoce superior en la actualidad: “Ambos buscamos la verdad, tú, fuera, en la vida, yo dentro en el corazón y así la encontraremos sin duda cada uno. Si el ojo está sano encontrará fuera el Creador; si está sano el corazón reflejará en su interior al mundo”
Una verdad que nos llega desde fuera lleva siempre el sello de la incertidumbre. Sólo podemos creer aquello que le aparece a cada uno de nosotros como verdad en su propio interior.
Solamente la verdad puede darnos seguridad en el desarrollo de nuestras fuerzas individuales. A quien la duda le tortura, tiene paralizadas sus fuerzas. En un mundo que le resulta enigmático, no puede encontrar una finalidad a su actividad.
Ya no queremos solamente creer; queremos saber. La creencia exige la aceptación de verdades que no podemos comprender totalmente. Pero lo que no comprendemos completamente va en contra de lo individual que desea vivir todo en lo más profundo de su ser. Solamente nos satisface el saber que no se somete a ninguna norma exterior, sino que surge de la vida interior de la personalidad.
Tampoco queremos un saber que ha quedado congelado para siempre en reglas doctrinarias, y guardado en compendios valederos para todos los tiempos. Cada uno de nosotros exige el derecho de partir de sus experiencias inmediatas y de sus vivencias personales y ascender a partir de ahí al conocimiento del universo todo. Aspiramos a un saber seguro, pero cada uno a su manera.
Nuestras doctrinas científicas no deben tampoco formularse como si fuera obligación absoluta reconocerlas. Actualmente, nadie daría a un escrito científico un título como el de Fichte: “Exposición diáfana para el público general sobre la verdadera naturaleza de la filosofía moderna. Un intento de hacer comprenderla al lector”. Hoy día nadie debe ser forzado a comprender. No exigimos ni reconocimiento ni acuerdo de quien no tenga una necesidad especial e individual de formarse una opinión. Ni siquiera al ser humano inmaduro, al niño, queremos ya inculcarle conocimientos, sino que intentamos desarrollar sus facultades para no tener que forzarle a comprender, sino que quiera comprender.
No me hago ninguna ilusión con respecto a esta característica de mi tiempo. Sé cuánto formalismo impersonal existe y se generaliza. Pero sé también que muchos de mis contemporáneos intentan dirigir su vida en el sentido indicado. A ellos quisiera dedicar este libro. No pretende indicar el “único camino posible” hacia la verdad, sino describir aquel que ha tomado uno que aspira a la verdad.
Este libro conduce primero a campos abstractos donde el pensar ha de trazar contornos precisos para poder obtener posiciones seguras. Pero a partir de los conceptos áridos se conduce al lector también a la vida concreta. Estoy convencido de que también es necesario elevarse a la región etérea de los conceptos, si se quiere experimentar la existencia en todos sus aspectos. Quien sólo sabe gozar por medio de los sentidos, no conoce lo más exquisito de la vida. Los maestros orientales hacen llevar a sus discípulos una vida ascética y de renuncia durante años, antes de impartirles su propia sabiduría. El occidente ya no exige ejercicios de devoción ni una vida ascética para acceder a la ciencia, pero sí la voluntad sincera de substraerse durante un breve tiempo a las impresiones inmediatas y entregarse a la esfera del pensar puro.
Las esferas de la vida son muchas. Para cada una se ha desarrollado una ciencia específica. La vida misma, sin embargo, es una unidad, y cuanto más intentan las ciencias profundizar en campos concretos, más se alejan de la visión del universo como un todo vivo. Tiene que haber un conocimiento que busque en las distintas ciencias los elementos que conduzcan al hombre una vez más a la plenitud de la vida. El especialista científico desea obtener por medio de sus conocimientos una conciencia del mundo y de sus procesos; el objeto de este libro es filosófico: la ciencia misma debería llegar a ser orgánica y viva. Las distintas ciencias son pasos preliminares de la ciencia a la que se intenta llegar aquí. Una relación similar domina en las artes.
El compositor trabaja sobre la base de la teoría de la composición. Esta se compone de una suma de conocimientos, cuyo dominio es condición imprescindible para componer. Al componer, las leyes de la teoría de la composición se emplean al servicio de la vida, de la verdadera realidad. Exactamente en el mismo sentido es la filosofía un arte. Todos los verdaderos filósofos fueron artistas del pensar. Para ellos las ideas humanas fueron su material artístico, y el método científico su técnica artística. El pensar abstracto adquiere así vida concreta, vida individual. Las ideas se convierten en potencias de la vida. No tenemos entonces solamente un conocimiento de las cosas, sino que convertimos el conocimiento en un organismo real que se gobierna a sí mismo; nuestra verdadera conciencia activa se eleva así sobre la mera recepción pasiva de verdades.
Cómo se relaciona la filosofía como arte y la libertad del hombre, qué es la libertad, y si participamos o podemos llegar a participar de ella: esta es la cuestión principal de este libro.
Todas las demás consideraciones científicas sólo aparecen aquí porque en último término aclaran aquellas cuestiones que, en mi opinión, atañen más directamente al hombre. En estas páginas se ofrece una “Filosofía de la Libertad”.
Toda ciencia sería únicamente una satisfacción de la mera curiosidad ociosa si no aspirase a elevar el valor de la existencia de la personalidad humana. Las ciencias sólo adquieren verdadero valor al exponer la importancia de sus resultados para el ser humano. El objetivo último del individuo no puede ser el ennoblecimiento de una facultad específica del alma, sino el desarrollo de todas las facultades latentes en nosotros. El conocimiento sólo tiene valor si contribuye al desarrollo de todas las facultades de la naturaleza humana total.
Este libro, por tanto, no concibe la relación entre la ciencia y la vida de tal manera que el hombre haya de someterse a la idea y poner sus fuerzas a su servicio, sino en el sentido que domine el mundo de las ideas con el fin de utilizarlo para sus fines humanos que trascienden los meramente científicos. El hombre tiene que ser capaz de enfrentarse a la idea, vivenciándola; sino, cae bajo su esclavitud.
PREFACIO 1918
Todo cuando en este libro se discute va dirigido hacia dos cuestiones fundamentales de la vida anímica humana.
Una es si existe la posibilidad de concebir la entidad humana de tal manera que se muestre como fundamento de todo lo que le llega al hombre a través de la experiencia personal o de la ciencia, pero que siente que no es explicable por sí mismo, y que la duda y el juicio crítico podrían conducirle a la esfera de lo incierto. La otra cuestión es: ¿puede el hombre, como ser volitivo, atribuirse la libertad, o es ésta sólo una ilusión que surge en él, porque su mirada no percibe los hilos de la necesidad que mueven su voluntad, como ocurre con cualquier fenómeno de la Naturaleza? No es una trama de conceptos artificiales lo que provoca esta pregunta. Surge de manera natural ante el alma en determinado estado. Y uno siente que al alma humana le faltaría algo de su verdadero ser si no llegara a poner ante sí, con la mayor seriedad, las dos posibilidades: libertad o necesidad de la voluntad. En este libro se intenta mostrar que las experiencias del alma que provoca la segunda cuestión en el hombre, dependen del punto de vista que sea capaz de adoptar frente a la primera. Se intentará demostrar que sí existe una concepción de la entidad humana sobre la que puede basarse el resto del conocimiento. Y además, que con esta concepción se alcanza una justificación total de la idea de la libertad de la voluntad, sólo si primero se encuentra la esfera del alma en la que puede desenvolverse la libre voluntad.
La concepción a la que nos referimos en relación con estas dos cuestiones es tal que, una vez asimilada, puede convertirse en parte integrante de la misma vida anímica activa. No se dará una respuesta teórica que, una vez asimilada, quede como mera convicción guardada en la memoria. Para el modo de pensar sobre el que se basa este libro, una respuesta así sería solamente una contestación aparente. No se da una respuesta final y cerrada, sino que se apunta a una esfera de la vida anímica en la que la actividad interior del alma misma da, en todo momento en que el hombre lo necesite, una respuesta viva y siempre renovada a su pregunta. A quien descubre la esfera del alma en la que se desenvuelven estas cuestiones, la contemplación verdadera de esta esfera le proporciona lo que necesita para la comprensión de estos dos enigmas de la vida. Y con el conocimiento que adquiere puede adentrarse más profundamente en el enigma de la vida, según la necesidad y el destino le motiven.
Con todo ello creo que queda demostrado que existe de hecho un conocimiento que prueba su justificación y validez por su propia vida y por su afinidad con toda la vida anímica del hombre.
Así es como concebí el contenido de este libro al escribirlo hace veinticinco años. También hoy tengo que volver a escribir estas frases si quiero caracterizar los principales objetivos de este libro. En la primera versión de entonces me limité a no decir más que aquello que en el sentido más estricto se relaciona con las dos cuestiones fundamentales. Si alguien se extraña de que en este libro no se encuentre ninguna referencia al campo de las experiencias espirituales descritas en mis libros posteriores, debe tener presente que no era entonces mi intención dar una descripción de los resultados de la investigación espiritual, sino que primero quise poner el fundamento sobre el que pueden basarse tales resultados. Esta “Filosofía de la Libertad” no contiene ni resultados específicos de ese tipo, ni resultados especiales de la ciencia natural; pero lo que contiene es algo de lo que, en mi opinión, no puede prescindir quien aspire a construir un fundamento seguro para tales conocimientos. Lo que se dice en este libro puede ser aceptable incluso para aquellas personas que por motivos personales no se interesan por los resultados de mi investigación espiritual. Sin embargo, lo que aquí se intenta demostrar puede ser importante también para aquél a quien los resultados científico-espirituales atraigan.
Esto es: demostrar que la observación imparcial que abarca simplemente las dos cuestiones descritas, fundamentales para todo conocimiento, conduce a la convicción de que el hombre vive verdaderamente en un mundo espiritual. En este libro se intenta justificar el conocimiento del mundo espiritual antes de entrar en la experiencia espiritual. Y esta justificación se expone de tal manera que, para encontrar aceptable lo que aquí se dice, no es necesario hacer referencia a lo largo de la exposición a experiencias, cuya validez he mostrado más tarde, siempre que uno quiera o pueda seguir el desarrollo de estas exposiciones.
Por lo tanto, me parece que este libro, por un lado ocupa un lugar completamente independiente de mis escritos esencialmente científico-espirituales; y por otro, que se halla estrechamente vinculado con ellos. Todo esto me ha inducido ahora, después de veinticinco años, a volver a publicar el contenido de este libro, sin introducir casi ningún cambio en lo esencial. Sólo he añadido suplementos a un número de capítulos. Las experiencias que he tenido con respecto a interpretaciones erróneas de mis ideas, han hecho que me parecieran necesarias dichas ampliaciones. Sólo he cambiado lo que me ha parecido que no estaba expresado con suficiente claridad hace veinticinco años. (Solamente alguien mal intencionado lo interpretaría como un cambio en mi convicción fundamental).
El libro está agotado desde hace muchos años. A pesar de que, como se desprende de lo dicho anteriormente, me parece que hoy debe decirse sobre los problemas mencionados lo mismo que hace veinticinco años, he dudado durante largo tiempo sobre la preparación de esta nueva edición. Me preguntaba si en ciertos pasajes no debería discutir las numerosas ideas filosóficas que han aparecido desde la primera edición de este libro. La dedicación a las investigaciones puramente espirituales en los últimos tiempos me ha impedido hacerlo en la forma que hubiera deseado. Pero después de ocuparme detenidamente con el trabajo filosófico de nuestro tiempo, me he convencido de que, por más interesante que pudiera ser una discusión de este tipo, no debe incluirse dentro del contenido de mi libro. Sin embargo, lo que me ha parecido necesario decir sobre las nuevas corrientes filosóficas, desde el punto de vista de “La Filosofía de la Libertad”, se encuentra en el segundo tomo de mi obra “Enigmas de la Filosofía”.
Rudolf Steiner, Abril 1918