Rudolf Steiner - 1904

 

NATURALEZA HUMANA

Las siguientes palabras de Goethe caracterizan admirablemente el punto de partida de uno de los caminos para conocer la naturaleza esencial del ser humano: “Tan pronto como el hombre nota la presencia de objetos en torno suyo, los considera en relación consigo mismo, y con razón, puesto que todo su destino depende de si le gustan o le desagradan, de si le atraen o le repelan, de si le son útiles o le perjudican. Este modo natural de mirar y juzgar las cosas es necesario y parece fácil; sin embargo, expone al hombre a los mil errores que a menudo le humillan y le amargan la existencia. Tarea mucho más difícil es la que emprenden los que, ávidos de conocimiento, se esfuerzan en observar lo natural en sí mismo y en sus mutuas relaciones, pues pronto echan de menos el patrón que les servía mientras juzgaban el mundo en relación consigo mismos. Carecen del punto de referencia que gustaba o desagradaba, atraía o rechazaba, consideraba útil o dañino. Deben renunciar a él y, como espectadores cuasi-divinos, buscar e investigar lo que es y no lo que agrada. Así, por ejemplo, el auténtico botánico no se conmoverá ni por la belleza ni por la utilidad de las plantas: estudiará su estructura y su relación con el resto del reino vegetal. Del mismo modo que el sol brilla indiferente para todas las plantas y las vivifica, así deberá él considerarlas y examinarlas por igual con mirada reposada, y deducir el patrón para este conocimiento y los elementos necesarios para juzgarlas, no de sí mismo sino del ámbito de las cosas que estudia”.

 

Este pensamiento de Goethe dirige nuestra atención hacia tres puntos diversos. Lo primero son los objetos cuya existencia nos es revelada constantemente por los sentidos, y que podemos tocar, oler, gustar, oír y ver. Lo segundo son las impresiones que estos objetos originan en nosotros: agrado o desagrado, deseo o aversión, según nos sean simpáticos y útiles, antipáticos y perjudiciales. Y en tercer lugar, están los conocimientos que el hombre adquiere como ser cuasi divino, sobre lo objetos, estos son los secretos del obrar y de la existencia de estos objetos, los que a él se le revelan.

 

Estos tres niveles se distinguen netamente en la vida humana, y el hombre se da cuenta de que está vinculado con el mundo en tres distintos aspectos. El primero corresponde a lo que encuentra como dado y que acepta como un hecho; por el segundo, convierte el mundo en algo suyo propio, algo que tiene significado para él, y al tercero lo considera como meta hacia la cual debe aspirar incesantemente.

 

¿Por qué el mundo se presenta al hombre en estos tres aspectos? Una sencilla reflexión responderá a esta pregunta: atravieso un florido prado y percibo los colores gracias a mis ojos: he aquí el hecho que acepto como dado. La riqueza del colorido me llena de alegría y el hecho dado se introduce en mi mundo personal: por mi sentimiento las flores se vinculan con mi propia existencia. Un año después vuelvo a pasar por el mismo prado; hay otras flores del mismo género y sujetas a las mismas leyes; me producen nueva alegría a la vez que emerge, domo recuerdo, la del año pasado que persiste en mí, aunque se haya desvanecido el objeto que la originara. Si he estudiado aquel género y aquellas leyes, me doy cuenta que en las flores de este año subsiste lo mismo que descubrí en las del año pasado, y razonaré quizás del siguiente modo: las flores del año pasado ya se marchitaron; la alegría que me ocasionaron continúa sólo en mis recuerdo y está únicamente vinculada a mi existencia; pero lo que hice mío el año pasado con la observación de las flores y que se repite en las de este año, sigue subsistiendo mientras crezcan flores de la misma especie. Es algo que se me ha manifestado y que, sin embargo, no depende de mi existencia como depende de ella mi alegría. El sentimiento de alegría permanece en mí; las leyes, lo esencial de las flores permanece en el mundo, fuera de mí.

 

Así es como el hombre se relaciona constantemente de un triple modo con las cosas exteriores. No compliquemos lo dicho con puntos de vista que le son ajenos. Sino aceptémoslo tal como se nos presenta. De ello se deduce que la naturaleza esencial del hombre ofrece tres aspectos a los que, por de pronto sin otro alcance que el término, damos los nombres de cuerpo, alma y espíritu. El que asocie con estos términos alguna idea preconcebida, o hasta alguna hipótesis, mal interpretará forzosamente lo que sigue. Por cuerpo damos a entender aquello por medio de lo cual se manifiestan al hombre los objetos del mundo que le rodean; en el ejemplo anterior las flores del prado; con la palabra alma queremos indicar aquello por medio de lo cual el hombre une las cosas a su propia existencia, y siente gusto o disgusto, agrado o desagrado, alegría o pena; por espíritu queremos significar aquello que se manifiesta en él cuando contempla, como ser cuasi-divino, según la expresión de Goethe, las cosas en torno suyo. En este sentido el hombre está constituido por cuerpo, alma y espíritu.

 

Por medio del cuerpo el hombre puede entrar momentáneamente en contacto con los objetos; por medio del alma conserva las impresiones que de ellos recibe, y por medio de su espíritu se le manifiesta el íntimo contenido que es inherente a los objetos mismos. Sólo considerando al hombre desde estos tres aspectos, se puede tener la esperanza de llegar a comprender su naturaleza esencial, ya que ellos muestran que está emparentado con el resto del mundo de tres maneras distintas.

 

Por su cuerpo, el hombre está relacionado con todo lo que desde afuera se le ofrece a sus sentidos: las sustancias del mundo exterior integran su cuerpo, las fuerzas de este mundo actúan también en él. Del mismo modo que percibe con sus sentidos los objetos del mundo exterior, puede también observar su propia existencia corporal. En cambio, no le sería posible contemplar, son este mismo modo su existencia anímica. Todo lo que en mí son procesos corporales puede percibirse mediante los sentidos, pero ni yo ni nadie puede percibir con ellos mi agrado o desagrado, mi alegría o dolor.; lo anímico es un campo inaccesible para la percepción corporal. La existencia corporal del hombre está manifiesta a los ojos de todos, no así lo anímico que lleva el hombre dentro de sí, como un mundo propio. Por otra parte, gracias al espíritu el mundo exterior se le revela de un modo más elevado. Aunque esta revelación de los secretos de este mundo tenga lugar en su interior, el hombre en espíritu trasciende su propia personalidad, y deja que las cosas le hablen de aquello que para ellas mismas, no para él, tiene importancia. L hombre eleva su mirada hacia la bóveda estrellada: le pertenece el encanto que siente; no así las leyes eternas de las estrellas, estas leyes pertenecen a las estrellas mismas, que él concibe con su pensamiento, en espíritu.

 

Así, el hombre es ciudadano de tres mundos: por su cuerpo pertenece al mundo que percibe justamente mediante su cuerpo; por medio del alma se construye su mundo propio; por su espíritu se le revela un mundo superior a los otros dos.

 

Parece evidente que la diferencia esencial de estos tres mundos hace necesario tres modos distintos de observación para conocerlos y para conocerlos y para averiguar la participación del hombre en cada uno de ellos.

 

1. La Entidad Corporal del Hombre

Por medio de los sentidos corporales conocemos el cuerpo humano, aplicando el mismo método que tenemos para conocer los demás objetos perceptibles. Tal como se observan los minerales, las plantas y los animales, así también se puede observar al hombre, emparentado con estas tres formas de existencia. Al igual que el mineral, el hombre edifica su cuerpo con las sustancias de la naturaleza; al igual que la planta, crece y se propaga; al igual que el animal, percibe los objetos que le rodean y, a base de sus impresiones, forma sus experiencias internas. De ahí que podamos atribuir al hombre una existencia mineral, otra vegetal y otra animal.

 

La diferencia de la estructura de los minerales, de las plantas y de los animales determina sus tres formas de existencia, estructura o forma que perciben los sentidos y que es lo único que podemos designar con la palabra cuerpo. El cuerpo humano, sin embargo, difiere del animal, lo que no puede dejar de reconocerse, cualquiera que sea la opinión que profese respecto al parentesco de uno u otro. Hasta el materialista más recalcitrante, que niegue todo lo anímico, no podrá menos que sancionar el contenido del siguiente pasaje del libro “Órganon de la Naturaleza y del Espíritu” del escritor alemán Carus: “Si bien es verdad que la estructura íntima y delicada del sistema nervioso, y en particular del cerebro, sigue siendo para el fisiólogo y el anatomista un enigma todavía insoluble es, sin embargo, un hecho incontestable que la concentración de esta estructura sigue en el reino animal una línea ascendente y alcanza en el hombre un grado superior al de cualquier otro ser. Este hecho es de suma importancia para el desarrollo espiritual humano, más aún, podemos decir que es suficiente para explicarlo. Es evidente la imposibilidad de toda aparición de ideas personales y de juicios, si el cerebro no se ha desarrollado o tiene defectos de tamaño y de estructura como sucede con los microcéfalos y los idiotas, del mismo modo que no es posible tampoco la propagación de la especie en el individuo de órganos reproductores atrofiados. Por el contario, la estructura corporal armoniosa y fuerte, especialmente la del cerebro, si bien no basta para reemplazar al genio, constituye sin embargo la primera condición indispensable para elaborar un conocimiento superior.”

 

Así como atribuimos al cuerpo humano tres formas de existencia: mineral, vegetal, animal, hemos de atribuirle también una cuarta, la específica humana. Por este medio de su forma mineral de existencia, el hombre está emparentado con todo lo visible; por su forma vegetal, con los seres que crecen y se propagan; por su forma animal, con los que perciben lo que les rodea y desarrollan experiencias interiores con base en impresiones exteriores; por su forma humana de existencia constituye, hasta desde el punto de vista corporal, un reino aparte.

 

2. La Entidad Anímica del Hombre

La entidad anímica del hombre difiere de su corporalidad, y constituye un mundo interior propio. El examen de la sensación más elemental pone inmediatamente de manifiesto esta particularidad. Nadie puede saber de antemano si otra persona siente dicha sensación en la misma forma que él. El daltonismo, por ejemplo, es un fenómeno conocido, y lo que sufren este defecto visual ven las cosas en diferentes matices de gris. Otras personas son ciegas solamente para ciertos colores, y la imagen del mundo que los ojos les transmiten, es diferente de la que obtienen los llamados hombres normales. Lo mismo puede decirse, poco más o menos, de los otros sentidos. De ahí se deduce, sin más, que la impresión sensorial más simple pertenece ya al mundo interior. Con mis sentidos corporales puedo percibir la mesa roja que otro también percibe, pero no la sensación que, del rojo, tiene esa otra persona.

 

Por consiguiente, hemos de calificar de anímico lo que es impresión sensorial. Una vez evidente este hecho, pronto dejaremos de considerar las experiencias interiores como meros fenómenos cerebrales o algo parecido; a la impresión sensorial viene a vincularse en primer término el sentimiento; entre las sensaciones, unas nos causan placer, otras pena; se trata de modificaciones de nuestra vida interior, anímica; con nuestros sentimientos nos creamos un segundo mundo, además del que influye sobre nosotros desde fuera, y todavía intervienen un tercer factor: la voluntad. Por medio de ella obra el hombre a su vez sobre el mundo exterior y le imprime su propio ser interior; el alma humana se vierte en cierto modo en el mundo exterior por medio de sus actos volitivos. Los actos humanos se distinguen de los fenómenos de la naturaleza externa, en que los primeros llevan la impronta de la vida interior del hombre. Así, pues, se enfrenta el alma como elemento propio que caracteriza al hombre con el mundo exterior, de ese mundo recibe los estímulos, y configura de acuerdo con ellos un mundo que le es propio, de este modo se convierte la corporalidad en fundamento y soporte para lo anímico.

 

3. La Entidad Espiritual del Hombre

Lo anímico en el hombre no está determinado únicamente por el cuerpo. El hombre no vaga de una impresión sensoria a otra sin dirección no objeto, ni obra bajo el impulso de cualquier estímulo, ya proceda de afuera o de su propio organismo, sino que reflexiona sobre sus percepciones y sus actos. Debido a la reflexión sobre sus percepciones adquiere conocimiento acerca de las cosas; debido a la reflexión sobre sus actos introduce un nexo racional en su vida. Sabe el hombre que sólo dejándose guiar por rectos pensamientos, tanto en su cognición como en sus actos, podrá cumplir dignamente su misión de hombre. Por consiguiente, el alma se encuentra colocada entre dos necesidades: por las leyes del cuerpo está gobernada conforme una necesidad natural; en cambio se deja determinar por las leyes que le conducen a un pensar correcto, porque reconoce libremente su necesidad. La naturaleza somete al hombre a las leyes de su organismo, él, a su vez, se somete voluntariamente a las del pensamiento. De este modo se convierte en miembro de un orden, este orden superior es el espiritual, superior al que pertenece por su cuerpo. Por otra parte, lo corporal difiere de lo anímico tanto como éste de lo espiritual. Mientras nos limitemos a considerar las partículas de carbono, hidrógeno, nitrógeno y oxígeno que actúan en el cuerpo, no podremos tratar del alma. La vida anímica comienza solamente cuando a esos movimientos se agrega una sensación: “saboreo algo”, “experimento placer”. Del mismo modo, mientras sólo observemos las experiencias anímicas que vive el hombre al entregarse completamente al mundo exterior y a su vida corporal, no tendremos en cuenta al espíritu; lo anímico es más bien base para lo espiritual, como lo corporal lo es para lo anímico. El naturalista se ocupa del cuerpo, el psicólogo del alma, y el investigador espiritual del espíritu.

 

Distinguir claramente por observación de la propia personalidad, la diferencia entre cuerpo, alma y espíritu, es indispensable para quien, mediante el pensar, quiere llegar a comprender la naturaleza esencial del ser humano.